—Esta noche hay aurora boreal, y Linnea y yo saldremos a verla.
Tuvieron la impresión de que tardaban un año y no un minuto en abotonarse los abrigos y cerrar la puerta después de salir. Y las únicas auroras que vieron fueron las que explotaban tras los párpados cerrados cuando Theodore la atrajo con vehemencia hacia sus brazos y estampó su boca en la de ella. Se besaron como locos, insaciables, hasta que llegaron a un punto en que todo les pareció asequible y la vida les corrió, alborotada, por las venas. Separaron las bocas apretándose hasta que les temblaron los músculos, murmurando frases a medias con prisa desesperada.
—Nada parecía bueno sin...
—Me he sentido desdichada...
—¿En realidad quieres...?
—Sí. sí...
—Traté de no...
—No sabía cómo llegar a ti...
—Oh, Dios, Dios, te amo...
—Te amo tanto que...
Se besaron otra vez queriendo meterse dentro de la piel del otro sin poder, pero intentándolo de todos modos. Se pasaron las manos por todos los lugares permitidos, y lo más cerca posible de los prohibidos. Se separaron aturdidos por el desacostumbrado alivio que les había dejado llegar a un acuerdo. Se besaron otra vez todavía atónitos, y luego se detuvieron buscando el equilibrio.


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